Nota: Si estáis planeando un viaje a Suiza, os recomiendo que visitéis la guía de Suiza que he escrito recientemente para BuscoUnViaje.com. También tenemos una guía del Lago Lemán.
La primera conclusión de mi paso por Lausana es que los dos años y medio que pasé en Suiza fueron mejores que los dos años y medio que pasé en Francia. En Lausana, el número de sonrisas al ver un lugar "especial" ha triplicado al número de sonrisas que aparecieron en mi cara durante los paseos por Antibes. Esta observación me ha llevado a crear la que llamo "teoría de la sonrisa reveladora": la importancia vital de un lugar de tu pasado es proporcional a la duración total de las sonrisas producidas mientras lo visitas. Esta teoría no se basa únicamente en un capricho mental aleatorio, sino que ha quedado demostrada por el método científico: al final de mi visita al Lausanne el podómetro marcaba el triple de pasos de los que di en Antibes.
Los países se diferencian entre sí únicamente en tres aspectos: la presión del agua en la ducha, el precio de las pizzas y luego, otros detalles. En Suiza, el agua sigue saliendo a tal presión que dar por finalizada la ducha es más complicado de lo que ya suele serlo. Por otro lado, el país que en el 97 me pareció escandalosamente caro para salir a cenar, ahora se revela barato en comparación con la España del euro. Finalmente, el resto de detalles siguen más o menos igual que por aquel entonces: 1) sufro cuando hago el más mínimo ruido pasadas las 10 de la noche (los vecinos probablemente denunciarán al futuro matrimonio que amablemente me acoge en su casa); 2) sufro al no saber en que basura tirar el tetrabrick (la policía de basuras problamente detendrá al anteriormente citado futuro matrimonio, impediendo su boda por culpa de un mal reciclaje); 3) suspiro al ver levantarse la montaña sobre el lago Leman; 4) vuelvo a suspirar al ver los viñedos aterrazados entre los tejados de las casas de campo suizas que a su vez se reflejan en el lago; y 5) compito con la señora de la panadería sobre quién dice más veces "merci", "bon journée" y "service" (gana ella, por supuesto).
He comido pan, queso y salsichón frente al lago, en el barrio de Ouchy. Lo más divertido (para los demás) ha sido que a las abejas les gusta el salchichón y eso ha implicado varias carreras y manotazos al aire. Lo más triste es que allí me he dado cuenta de que había perdido mi cámara de fotos nueva, la que me regalaron entre los compañeros de trabajo al terminar la tesis. Lo más profundo es que allí, con los reflejos del sol animando a los cisnes a desplegar sus alas sobre el lago, he llegado a la conclusión de que los lugares, transcurrido un tiempo, dejan de transmitirte energía. Cada lugar difiere en lo que te puede aportar, y por eso es importante estar alerta para detectar cuando ha llegado el momento de cambiar, de reinventarte. En Antibes me quedé demasiado tiempo. En Lausana podía haberme quedado un poco más. Nueva York y San Francisco me supieron a poco. Santo Domingo ni siquiera llegué a entenderlo. En Barcelona todavía no veo el final. Y Zaragoza siempre es mi casa, independientemente de dónde esté mi casa.
Está bien sentarse frente a un lago y entender estas cosas.
Lausana, 15,597 pasos
La primera conclusión de mi paso por Lausana es que los dos años y medio que pasé en Suiza fueron mejores que los dos años y medio que pasé en Francia. En Lausana, el número de sonrisas al ver un lugar "especial" ha triplicado al número de sonrisas que aparecieron en mi cara durante los paseos por Antibes. Esta observación me ha llevado a crear la que llamo "teoría de la sonrisa reveladora": la importancia vital de un lugar de tu pasado es proporcional a la duración total de las sonrisas producidas mientras lo visitas. Esta teoría no se basa únicamente en un capricho mental aleatorio, sino que ha quedado demostrada por el método científico: al final de mi visita al Lausanne el podómetro marcaba el triple de pasos de los que di en Antibes.
Los países se diferencian entre sí únicamente en tres aspectos: la presión del agua en la ducha, el precio de las pizzas y luego, otros detalles. En Suiza, el agua sigue saliendo a tal presión que dar por finalizada la ducha es más complicado de lo que ya suele serlo. Por otro lado, el país que en el 97 me pareció escandalosamente caro para salir a cenar, ahora se revela barato en comparación con la España del euro. Finalmente, el resto de detalles siguen más o menos igual que por aquel entonces: 1) sufro cuando hago el más mínimo ruido pasadas las 10 de la noche (los vecinos probablemente denunciarán al futuro matrimonio que amablemente me acoge en su casa); 2) sufro al no saber en que basura tirar el tetrabrick (la policía de basuras problamente detendrá al anteriormente citado futuro matrimonio, impediendo su boda por culpa de un mal reciclaje); 3) suspiro al ver levantarse la montaña sobre el lago Leman; 4) vuelvo a suspirar al ver los viñedos aterrazados entre los tejados de las casas de campo suizas que a su vez se reflejan en el lago; y 5) compito con la señora de la panadería sobre quién dice más veces "merci", "bon journée" y "service" (gana ella, por supuesto).
He comido pan, queso y salsichón frente al lago, en el barrio de Ouchy. Lo más divertido (para los demás) ha sido que a las abejas les gusta el salchichón y eso ha implicado varias carreras y manotazos al aire. Lo más triste es que allí me he dado cuenta de que había perdido mi cámara de fotos nueva, la que me regalaron entre los compañeros de trabajo al terminar la tesis. Lo más profundo es que allí, con los reflejos del sol animando a los cisnes a desplegar sus alas sobre el lago, he llegado a la conclusión de que los lugares, transcurrido un tiempo, dejan de transmitirte energía. Cada lugar difiere en lo que te puede aportar, y por eso es importante estar alerta para detectar cuando ha llegado el momento de cambiar, de reinventarte. En Antibes me quedé demasiado tiempo. En Lausana podía haberme quedado un poco más. Nueva York y San Francisco me supieron a poco. Santo Domingo ni siquiera llegué a entenderlo. En Barcelona todavía no veo el final. Y Zaragoza siempre es mi casa, independientemente de dónde esté mi casa.
Está bien sentarse frente a un lago y entender estas cosas.
Lausana, 15,597 pasos
3 comentarios:
envidio un poco esa sensación de pertenencia a Zaragoza. Para mi es el sitio dónde vive mucha gente que quiero, pero la ciudad, en si misma, no me gusta. Ultimamente recibo muchas críticas por decirlo y además me siento un poco culpable.., pero es así
Pero es que las ciudades lo forman todo, no sólo la ciudad en sí. ZGZ son los amigos, la familia, los helados italianos, los calamares, las trufas de soconusco, tus recuerdos, el parque, ... Eso no quita que ZGZ no sea una ciudad tirando a normal (para el que no sea de allí). Lo bueno es que siempre es "casa".
25 minutos de carrera por el parque: 4533 pasos.
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