La calidad de las publicaciones en el mundo científico se rige por lo que se llama 'peer review' (revisión/comprobación de tus pares/colegas). Básicamente consiste en que las revistas, antes de publicar un artículo, se lo mandan a 2/3 revisores para que den su opinión justificada de por qué hay que (o no hay que) publicar ese artículo.
En ocasiones, junto a la crítica del artículo las revistas piden que el revisor dé una estimación de la fiabilidad de sus afirmaciones. Es decir, que el revisor evalúe su propia capacidad en ese dominio para emitir una opinión. Por ejemplo, hace poco un compañero de laboratorio recibió una revisión donde el revisor había otorgado las siguientes puntuaciones:
- calidad de artículo: 5 (sobre 5)
- calidad de la redacción: 5
- calidad de los resultados: 5
- calidad de las figuras: 5
- nivel de fiabilidad del revisor: 1 (sobre 5)
¡Al revisor el artículo le parecía perfecto, pero admitía que él no tenía ni idea de que iba el tema!
Eso me hizo pensar (aleatoriamente) en que ese procedimiento debería aplicarse en todos los aspectos de la vida: cada vez que uno emite un juicio o hace una afirmación debería al mismo tiempo evaluar la fiabilidad de ese juicio o afirmación.
Por ejemplo, no es lo mismo decirle a alguien 'eres un tontolaba' que decirle 'eres un tontolaba pero admito que lo digo con una fiabilidad de 2 sobre 5'. Y tampoco es lo mismo afirmar 'te quiero' que susurrar 'te quiero con una fiabilidad de 5 sobre 5'. Así, si todos etiquetáramos nuestros pronunciamientos con una fiabilidad estimada, los receptores de esos mensajes sabrían a qué atenerse, en lugar de tener que convivir con este torbellino de información que mezcla lo fiable con lo despreciable.
Apliquémonos el cuento: yo he escrito este post con una fiabilidad de 1 sobre 100.
En ocasiones, junto a la crítica del artículo las revistas piden que el revisor dé una estimación de la fiabilidad de sus afirmaciones. Es decir, que el revisor evalúe su propia capacidad en ese dominio para emitir una opinión. Por ejemplo, hace poco un compañero de laboratorio recibió una revisión donde el revisor había otorgado las siguientes puntuaciones:
- calidad de artículo: 5 (sobre 5)
- calidad de la redacción: 5
- calidad de los resultados: 5
- calidad de las figuras: 5
- nivel de fiabilidad del revisor: 1 (sobre 5)
¡Al revisor el artículo le parecía perfecto, pero admitía que él no tenía ni idea de que iba el tema!
Eso me hizo pensar (aleatoriamente) en que ese procedimiento debería aplicarse en todos los aspectos de la vida: cada vez que uno emite un juicio o hace una afirmación debería al mismo tiempo evaluar la fiabilidad de ese juicio o afirmación.
Por ejemplo, no es lo mismo decirle a alguien 'eres un tontolaba' que decirle 'eres un tontolaba pero admito que lo digo con una fiabilidad de 2 sobre 5'. Y tampoco es lo mismo afirmar 'te quiero' que susurrar 'te quiero con una fiabilidad de 5 sobre 5'. Así, si todos etiquetáramos nuestros pronunciamientos con una fiabilidad estimada, los receptores de esos mensajes sabrían a qué atenerse, en lugar de tener que convivir con este torbellino de información que mezcla lo fiable con lo despreciable.
Apliquémonos el cuento: yo he escrito este post con una fiabilidad de 1 sobre 100.
1 comentario:
El martes voy a dar una charla, pero admito que la fiabilidad del contenido es de 0,5 sobre 300...
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