viernes, mayo 11, 2007

Historias que nunca sabré cómo acabaron

Desde que ha llegado el buen tiempo, prácticamente todos los días algún turista me pide indicaciones sobre cómo llegar a algún lugar. Hay que tener en cuenta que cada mañana hago aproximadamente 4000 pasos (esto lo explicaré otro día) y que recorro las zonas más céntricas de Barcelona, lo que explica la alta frecuencia de interacciones con los turistas. Además, yo suelo ir alegre hacia el trabajo y tengo cara de buena persona, lo que ayuda a que me elijan como consejero turístico.

Nota: ya sé que no tengo cara de buena persona, pero como esto cada vez lo lee más gente que no conozco, aprovecho para crear leyendas. En el futuro, toda la humanidad pensará que tengo cara de buena persona: la fe es más poderosa que la realidad.

Los turistas no suelen preguntar por cosas demasiado complicadas, pero a veces hay algunos que realmente rizan el rizo. La duda que siempre me surge después de darles las indicaciones oportunas es cómo habrá continuado su historia. Por ejemplo. ayer por la mañana, una pareja de ancianitos estadounidenses me pidieron que les explicara cómo llegar a la Sagrada Familia. Eso no hubiera revestido mayor dificultad (o interés en saber cómo continuó la historia) si no fuera porque esa pareja de simpáticos americanos nunca antes había cogido un metro (creo que simplemente alguien les había dicho que el "metro" era la mejor forma de llegar a la sagrada familia), no llevaban más mapa que el impreso por Internet sobre una vista general de BCN, no veían demasiado bien y no hablaban una palabra de español. Yo les intenté explicar lo mejor que pude cómo entrar en el metro, hacer el cambio correspondiente en Paseo de Gracia y luego coger la línea morada. Ellos me miraban, sonriendo, pero sin entender ni una palabra de lo que yo les decía (y no era por mi acento: por la mañana hablo inglés realmente bien). Al terminar mi perotata, les pregunté directamente si podrían recordar todo lo que les había dicho. La señora dijo rápidamente que no, y luego le preguntó al marido si él sería capaz. Yo vi su cara, sonriente pero vulnerable, llena de dudas pero resistiéndose a admitir su fracaso, así que le evité pronunciarse sobre sus capacidades memorísticas y les propuse escribir las indicaciones en su mapa. Aceptaron encantados, con lo que saqué mi boli (del espacio) y escribí los pasos a seguir, numerados y en inglés. Cuando acabé les volví a preguntar si serían capaces de llegar a la Sagrada Familia. El hombre sonrió de nuevo (vulnerable), me dio un golpecito en el hombro y me dijo: "Nosotros no, pero con esto que has escrito aquí seguro que alguien nos ayuda a llegar sin problemas. Muchísimas gracias...". Fue muy tierno...

Yo no lo veía tan claro, pero les dejé ir esperando que encontraran algún alma caritativa que les acompañara, al menos para el transbordo entre metros... Un minuto después de que desaparecieran de mi vista, a pasitos cortos pero seguros, pensé en algo que les hubiera solucionado todos sus problemas: el taxi, ese transporte público que yo nunca considero como opción y por tanto no suelo recordar. Creo que esa hubiera sido una buena ocasión para recomendarlo. Aunque también es verdad que ahora, esta pareja, si sobrevivió a la experiencia (¿alguien ha visto alguna noticia al respecto en los periódicos?), siempre podrá contar en su pueblito de Wyoming (o de Montana) que se subieron a un tren que iba por debajo de la tierra; y que los españoles olían mal, al menos los del metro ese.

Otro caso interesante que me ocurrió la semana pasada fue que una pareja de franceses me paró a la altura del puerto olímpico para preguntarme cómo se iba a las ramblas. Mis indicaciones (y mi acento, por supuesto) les debió de encantar (y mi precisión de que desde allí hasta las ramblas había 3740 pasos (esto lo explicaré otro día)), porque aprovecharon para preguntarme también por sitios para comer, hoteles baratos y bonitos en Barcelona, y transporte público apropiado. Esta claro que a estos turistas les das la mano y te cogen el brazo. Por ahora estos encuentros me hacen entretenido el paseo hacia el trabajo de cada mañana, pero como esto siga así creo que me compraré una gorra en la que ponga "no soy un guía turístico", o cuando Barcelona se llene realmente de turistas nunca lograré llegar al trabajo si cada uno con el que me cruzo me tomas como consejero. Así, de paso, no me quedaré con tantas historias inacabadas que imaginar, que es de esas cosas en las que uno procura no pensar porque si no no haría otra cosa en todo el día.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ramón:

Me estás convenciendo de que tienes cara de buena gente, aunque no te conozca.
He entrado a tu blog desde hace un mes aprox y me encanta, tienes el don de hacerme reir y es por eso que entro cuando más ocupada y agobiada me encuentro (tesis).
Gracias por tus pensamientos tan aleatorios.

Ra y Mon dijo...

Gracias por reírte con mis pensamientos aleatorios. Es lo que me anima a seguir escribiéndolos.

Eso de convencer a todo el mundo sobre mi cara de buena persona es una tarea que me llevará un tiempo, pero en cuanto lo consiga... Como decía mi padre 'ponte fama y echate a dormir' ;-)

Un saludo Rebeca!