Hoy he tenido uno de los mejores sueños de mi vida. Durante el sueño (y tras despertar) me sentía exultante, capaz de lograr cualquier objetivo que me propusiera.
Estoy con Federico Jimenez Losantos. Él me suelta una de sus diatrivas más destructivas. Hoy, su objetivo es machacarme a mí. Sin embargo, yo, gran orador y mejor cerebro, voy desmontando uno tras otro sus argumentos. Finalmente, paso al ataque, y le explico por qué no se puede ir por la vida tal y como él va. Le halago en las pequeñas cosas y le ataco en las grandes. A él, ante mi gran dialéctica, no le queda más remedio que asentir, aceptar que tengo razón. Finalmente, me dice que va a cambiar, que le he convencido. Y yo, crecido y convencido de ser el mejor de los filósofos que hay sobre la tierra, sigo caminando por la calle, deseoso de encontrarme con cualquier otra persona necesitada de ese sentido común que yo atesoro y comparto con los intransigentes del mundo. ¡Qué felicidad!
Todavía con la sonrisa en la cara del que se sabe un encantador de humanos, he entrado en el salón familiar. Allí, mi hermana veía un programa de entrenamiento de perros agresivos. Yo le he soltado un pequeño discurso de por qué era mejor que vieramos bricomanía, resaltando con precisión lo beneficioso de estar preparado para tareas útiles (poner tarima de madera en la terraza) y lo inútil de saber dominar un perro cuando ella no tiene uno a quien dominar. Mi hermana me ha mirado durante un segundo y luego ha vuelto a dirigir su atención hacia Cesar, el gran domador de perros.
Yo, Ra y Mon, el gran orador, el único humano capaz de convencer a Federico Jimenez Losantos de algo, me he ido a desayunar a la cocina y a leer el periódico. Allí, me he tomado un vaso de leche mirando hacia la pared. El periódico lo tenía mi hermano y no me lo ha querido dejar.
Estoy con Federico Jimenez Losantos. Él me suelta una de sus diatrivas más destructivas. Hoy, su objetivo es machacarme a mí. Sin embargo, yo, gran orador y mejor cerebro, voy desmontando uno tras otro sus argumentos. Finalmente, paso al ataque, y le explico por qué no se puede ir por la vida tal y como él va. Le halago en las pequeñas cosas y le ataco en las grandes. A él, ante mi gran dialéctica, no le queda más remedio que asentir, aceptar que tengo razón. Finalmente, me dice que va a cambiar, que le he convencido. Y yo, crecido y convencido de ser el mejor de los filósofos que hay sobre la tierra, sigo caminando por la calle, deseoso de encontrarme con cualquier otra persona necesitada de ese sentido común que yo atesoro y comparto con los intransigentes del mundo. ¡Qué felicidad!
Todavía con la sonrisa en la cara del que se sabe un encantador de humanos, he entrado en el salón familiar. Allí, mi hermana veía un programa de entrenamiento de perros agresivos. Yo le he soltado un pequeño discurso de por qué era mejor que vieramos bricomanía, resaltando con precisión lo beneficioso de estar preparado para tareas útiles (poner tarima de madera en la terraza) y lo inútil de saber dominar un perro cuando ella no tiene uno a quien dominar. Mi hermana me ha mirado durante un segundo y luego ha vuelto a dirigir su atención hacia Cesar, el gran domador de perros.
Yo, Ra y Mon, el gran orador, el único humano capaz de convencer a Federico Jimenez Losantos de algo, me he ido a desayunar a la cocina y a leer el periódico. Allí, me he tomado un vaso de leche mirando hacia la pared. El periódico lo tenía mi hermano y no me lo ha querido dejar.
1 comentario:
Hay un programa de TV3, Somiers, que hace realidad tus sueños. Quién sabe....
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