Me he pasado 4 años con un único objetivo (laboral): ser doctor. El viernes pasado era el examen. Sí, el tribunal me dio la nota que se da siempre en estos casos, y todos me felicitaron por el trabajo realizado. Pero no es a eso a lo que iba, únicamente lo he escrito como contexto a lo que sigue.
Durante cuatro años, cada mañana me he levantado y me he dirigido al lugar de trabajo. Unas veces en bicicleta, otras en metro, otras en patines, otras en autobus, algunas caminando. Durante cuatro años, de camino al trabajo unas veces he pensado en el trabajo, otras en mi vida personal, en ocasiones en entradas para este blog, de vez en cuando en problemáticas mundiales, e infrecuentemente en libros del siglo XIX (no me gustan demasiado). Cuando iba hacia el trabajo, fuera en el medio de transporte que fuera, prestaba la atención justa para que no me atropellaran, para no caer a las vías del metro, para que el autobús no me aplastara un pie, para evitar a otras bicicletas que se me cruzaban o para cambiar de acera al ver un perro peligroso babeando espuma. Prestaba atención para no morir, claro, pero no pensaba en eso.
Sin embargo, el viernes, mientras iba hacia el auditorio en el que iba a desarrollarse el examen de la tesis, mi único pensamiento era que sería una lástima morirme justo el día en el que mi trabajo de 4 años recogía sus frutos. El viernes fui a la universidad en bici, como tantos otros días, pero en cada cruce, en cada esquina, frenaba hasta casi poner los pies en el suelo y me decía que estaba prohibido tener un accidente, que lo más importante era llegar vivo al auditorio: no podía fallar despues de tanto esfuerzo.
Y ese pensamiento me ha hecho plantearme lo siguiente: ¿mi vida era más importante el viernes pasado que ahora?
Intuitivamente diría que la respuesta es 'no', pero si me paro a pensarlo me doy cuenta de que hoy, ya doctor, al venir hacia el trabajo no he prestado demasiada atención en los cruces. Por tanto, infiero que la importancia de nuestra vida es proporcional a la importancia de las cosas que tenemos que hacer ese mismo día (o semana, o mes, o año...). Todavía no tengo claro en que ventana de tiempo se mueve esta necesidad de sobrevivir a toda costa, pero intuyo que tiene que ver con el esfuerzo realizado y el premio a recibir.
Quizás por eso hay tantas personas mayores que esperan la muerte con tranquilidad: no tienen nada esperándoles en ese futuro que se acerca. Ya no tienen más premios que conseguir...
Durante cuatro años, cada mañana me he levantado y me he dirigido al lugar de trabajo. Unas veces en bicicleta, otras en metro, otras en patines, otras en autobus, algunas caminando. Durante cuatro años, de camino al trabajo unas veces he pensado en el trabajo, otras en mi vida personal, en ocasiones en entradas para este blog, de vez en cuando en problemáticas mundiales, e infrecuentemente en libros del siglo XIX (no me gustan demasiado). Cuando iba hacia el trabajo, fuera en el medio de transporte que fuera, prestaba la atención justa para que no me atropellaran, para no caer a las vías del metro, para que el autobús no me aplastara un pie, para evitar a otras bicicletas que se me cruzaban o para cambiar de acera al ver un perro peligroso babeando espuma. Prestaba atención para no morir, claro, pero no pensaba en eso.
Sin embargo, el viernes, mientras iba hacia el auditorio en el que iba a desarrollarse el examen de la tesis, mi único pensamiento era que sería una lástima morirme justo el día en el que mi trabajo de 4 años recogía sus frutos. El viernes fui a la universidad en bici, como tantos otros días, pero en cada cruce, en cada esquina, frenaba hasta casi poner los pies en el suelo y me decía que estaba prohibido tener un accidente, que lo más importante era llegar vivo al auditorio: no podía fallar despues de tanto esfuerzo.
Y ese pensamiento me ha hecho plantearme lo siguiente: ¿mi vida era más importante el viernes pasado que ahora?
Intuitivamente diría que la respuesta es 'no', pero si me paro a pensarlo me doy cuenta de que hoy, ya doctor, al venir hacia el trabajo no he prestado demasiada atención en los cruces. Por tanto, infiero que la importancia de nuestra vida es proporcional a la importancia de las cosas que tenemos que hacer ese mismo día (o semana, o mes, o año...). Todavía no tengo claro en que ventana de tiempo se mueve esta necesidad de sobrevivir a toda costa, pero intuyo que tiene que ver con el esfuerzo realizado y el premio a recibir.
Quizás por eso hay tantas personas mayores que esperan la muerte con tranquilidad: no tienen nada esperándoles en ese futuro que se acerca. Ya no tienen más premios que conseguir...
4 comentarios:
Si, me temo que tu vida vale más ahora que te has convertido en el Dr. Aragües. Felicidades doc!
Yo también he pensado en ese tema. Muchas veces me he sorprendido al percatarme de que mi apego a la vida aumentaba simplemente porque quería terminar algo. Es curioso, sí, aunque no sé si le pasará a todo el mundo. Creo que hay personas que, sin embargo, tienen un constante y "voraz" apego a la vida. En fin, a cá cual nos han hecho de una manera.
Quizás debería tener mi propio blog en lugar de usar el tuyo para poner mis "pensamientos" :-)
Me ha gustado mucho este último pensamiento aleatorio tuyo. Que pases un buen verano.
gracias por las felicitaciones, Meri alles wissen :-)
Y Federico, tus pensamientos son bienvenidos por aquí.
E Ignacio: gracias y un abrazo.
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