Se hace extraño ver tanta gente como uno mismo en condiciones de vida difíciles. Estamos acostumbrados a que el pobre es diferente, su color de piel, su lenguaje, sus rasgos y su mirada. Los pobres están en la televisión, o en nuestras calles, o en otros países a los que viajamos, pero, salvo casos donde la vida se ha confubaludo contra ellos (drogas, alcohol, ...), nunca son como nosotros. La observación de la pobreza provoca tristeza y lástima, pero siempre le toca vivirla al otro, al diferente, ayudando a nuestra mente a verlos como otros que no somos nosotros, gente que ha tenido la mala suerte de nacer diferente. Y eso hace más comprensible ante nuestras conciencias el que tengan que revolver en las basuras, vivir en chabolas, ir descalzos por aceras llenas de agujeros, tener la ropa sucia y rota. Es triste pero es así: aceptamos mucho más fácilmente la pobreza del otro que no somos nosotros.
Pero en Argentina son yo, mi piel y mi lengua, incluso mi forma de vestir y mis ojos, y cuando uno se aleja de las zonas ricas de Buenos Aires, las aceras se convierten en piedras, las casas en chabolas, y hay gente extremadamente pobre: niños de la calle, cartoneros, miradas perdidas, basura, ... Y verse a sí mismo pobre es mucho más duro que ver al otro, al diferente, vivir su vida en la miseria, se crea una mayor empatía, puesto que vemos más cerca que nunca la posibilidad de ser nosotros ellos. Los que no tienen un futuro aguardándoles.
Pero en Argentina son yo, mi piel y mi lengua, incluso mi forma de vestir y mis ojos, y cuando uno se aleja de las zonas ricas de Buenos Aires, las aceras se convierten en piedras, las casas en chabolas, y hay gente extremadamente pobre: niños de la calle, cartoneros, miradas perdidas, basura, ... Y verse a sí mismo pobre es mucho más duro que ver al otro, al diferente, vivir su vida en la miseria, se crea una mayor empatía, puesto que vemos más cerca que nunca la posibilidad de ser nosotros ellos. Los que no tienen un futuro aguardándoles.
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